Maria: Responsable del equipo y licenciada en derecho. Tiene 26 años y vive con sus padres en el barrio de Sant Andreu. Trabaja en una tienda y define los intercambios juvenils como “burbujas de felicidad”. Es una chica alegre y le gusta ser la protagonista en cualquier espacio y momento.

Alba: La más joven del grupo, tiene 18 años. Es de Vigo y vive en Barcelona. Está estudiando psicología en la UAB, carrera que no le entusiasma mucho, así que está pensando si hacer el salto a arquitectura. Muy tranquila y calculadora.

Ali: 20 años, vive en un piso asistido. Llegó de Marruecos cuando tenía 12 años, y en estos 8 años solo ha vuelto una vez ahí, cuando su madre murió de cáncer. Un chico muy tímido, con muchas carencias. Me atrevería a decir que con claros signos de depresión. A pesar de llevar muchos años aquí todavía no domina el castellano, ni mucho menos el inglés.

Ibrahim: Un joven de 19 años que lleva muchos años viviendo en Cataluña, hiperactivo y con muy buen sentido de la orientación. Está haciendo un Grado Medio en atención a personas en situación de dependencia. Sus bromas malas despiertan simpatía; se nota que de pequeño ha recibido el amor y afecto de los suyos.

Todo comienza con un malentendido: Recibo un correo con los detalles de un intercambio juvenil que podría ser interesante para mis estudiantes de refuerzo escolar. Al leer la información, veo que es para mayores de 18 años y decido apuntarme, sin tener muy claro si me llamarían o no. Para mi sorpresa, me contestan diciendo que sí, que soy uno de los seleccionados para ir a participar a este proyecto, ¡en Grecia!

Primer paso: Pasar por la sede de la Fundació Catalunya Voluntària para entregar los papeles que me pedían. Segundo, encontrarme con los jóvenes seleccionados en Plaça Universitat. Tomamos un café y hablamos de temas prácticos como los billetes de avión, las maletas, los horarios y, sobre todo, la cena española que tendríamos que hacer para el resto de los compañeros internacionales.

Día de la salida: Llegamos al aeropuerto y esperamos al resto del grupo, que tarda mucho en llegar. El vuelo se nos pasa volando. Llegamos a Atenas, emocionados por el descubrimiento de un país nuevo. Una vez en el hostal, dejamos las cosas y nos ponemos las zapatillas para salir a caminar. Subimos al Acrópolis y por el camino compramos pasteles, ¡y qué pasteles! ¡Comimos tantos que no cenamos ese día! Al día siguiente, finalmente, cogemos un autocar que nos lleva hasta la casa donde haríamos este intercambio juvenil.

La semana fue muy enriquecedora, los talleres de teatro muy divertidos y la organización griega nos lo puso todo muy fácil, atenta a todos los detalles. Una experiencia para repetir.