Fiesta de verano en la iglesia de San Pedro en Liverpool, 6 de julio de 1957. En el escenario toca la banda escolar “The Quarrymen” y su líder de 16 años John Lennon ve entre el público a un chico con guitarra. Durante la pausa Paul McCartney, zurdo de 15 años, se acerca al escenario y toca “Twenty Flight Rock” con la guitarra al revés. Lennon queda impresionado por su habilidad e invita al recién llegado a unirse al grupo. Ese momento cambiará para siempre el mundo de la música.
Lo que empezó como un encuentro casual entre dos adolescentes se convirtió en el fenómeno de The Beatles, un grupo que vendió más de 600 millones de álbumes y que aún hoy es la banda más influyente de la historia. Sus primeros conciertos fueron en salas escolares, sus ensayos en sótanos y su fama se construyó con aquella energía juvenil que vibraba entre las paredes de los centros educativos.
Esta historia no es única. Al otro lado del océano, en 2004, un estudiante de Harvard llamado Mark Zuckerberg está en su habitación de la residencia Kirkland House. Sobre la mesa hay una botella de Budweiser, de los altavoces suena Eminem y en la pantalla aparece el primer código de Facebook. Al principio era una idea sencilla, crear una red social cerrada para los estudiantes. En las primeras 24 horas The Facebook ya tenía 1200 usuarios. Hoy este proyecto estudiantil vale 800 mil millones de dólares y conecta a una tercera parte de la humanidad.
Mientras tanto, en el otro extremo del planeta, en Finlandia, se desarrolla otra historia apasionante. Helsinki, 1994. Cuatro estudiantes de 16 años se reúnen en el sótano de la escuela para tocar funk y grunge. Se llaman The Rasmus en honor a un personaje de cuentos infantiles sobre Rasmus el viajero. Ensayan entre clases, tocan en las fiestas de graduación y sueñan con grabar un disco. Lo consiguen antes de acabar la escuela y en 1996 lanzan su debut “Peep”.
Siete años más tarde The Rasmus publican “Dead Letters” con el éxito “In the Shadows” que conquista el mundo. La canción llega al número uno en ocho países, supera los 400 millones de visualizaciones en YouTube y convierte a aquellos chicos finlandeses en estrellas globales. El álbum vende dos millones de copias y el grupo empieza a actuar en los mayores festivales del planeta.
El fenómeno no se limita a la música. En 1976 en la escuela Mount Temple de Dublín aparece un anuncio en el tablón escrito por un alumno de 14 años llamado Larry Mullen Jr que decía “Busco músicos para un grupo de rock”. Entre los que respondieron estaba Bono, un chico que no sabía tocar ningún instrumento pero tenía un carisma excepcional. Cuarenta y cinco años después U2 sigue siendo una de las bandas más exitosas del mundo con ingresos de más de 800 millones de dólares.
El mundo tecnológico muestra el mismo patrón. En 1998 en la Universidad de Stanford dos estudiantes de posgrado, Larry Page y Sergey Brin, montan servidores con piezas de LEGO y ordenadores baratos en sus habitaciones. Su motor de búsqueda BackRub procesaba apenas 10 000 consultas al día. Hoy Google, nacido de aquel proyecto estudiantil, procesa 8,5 mil millones de consultas diarias y vale dos billones de dólares.
La historia de Dropbox es similar. En 2007 en el Instituto Tecnológico de Massachusetts el estudiante Drew Houston viaja en tren a Nueva York y de repente se da cuenta de que ha olvidado su memoria USB con archivos importantes. La frustración se convierte en una idea: ¿y si los archivos se guardaran en la nube y fueran accesibles desde cualquier dispositivo? En tres horas escribe el primer código de Dropbox. Trece años después la empresa vale 10 mil millones de dólares.
¿Qué une todas estas historias? El entorno. Un lugar donde los jóvenes talentos se encuentran de forma natural, comparten ideas, se inspiran y crean el futuro. Las escuelas y universidades se convierten en incubadoras de genialidad no por la educación formal sino gracias a ese cóctel único de creatividad, ambición y ausencia de miedo que caracteriza a la juventud.
Hoy el programa Erasmus+ crea ese mismo entorno mágico a escala europea. Cuando un programador talentoso de Varsovia se cruza con un diseñador brillante de Barcelona en la biblioteca de una universidad de Milán, nace el potencial de la próxima gran revolución. La historia lo demuestra: las mejores ideas no nacen en oficinas corporativas sino allí donde las mentes jóvenes se cruzan libremente y crean algo completamente nuevo.
