Hoy, mientras que los niños catalanes no empezarán a llorar ni a cargar con sus mochilas de veinte kilos hasta dentro de una semana, millones de niños en todo el mundo cruzan por primera vez el umbral de la escuela. Pero si crees que esto ocurre al mismo tiempo en todos los países, te equivocas. En realidad, lo que a nosotros nos parece natural y evidente, empezar las clases el 1 de septiembre, es más bien una excepción que una regla.
Para entender este fenómeno, hay que volver a los orígenes. Antes de la Revolución Industrial, la educación en todo el mundo se regía por un principio sencillo: la vida de la comunidad rural. Los niños estudiaban cuando no se necesitaba su ayuda en el campo. En el hemisferio norte, esto ocurría en invierno, cuando las labores agrícolas se detenían. Por eso las escuelas europeas funcionaban tradicionalmente de noviembre a marzo, mientras que en verano los niños ayudaban a sus padres.
La industrialización lo cambió todo. Las ciudades necesitaban trabajadores formados y la nueva economía exigía sistemas de enseñanza estandarizados. Los países empezaron a experimentar con calendarios, y la geografía se convirtió en un factor decisivo.
Japón, en la era Meiji, eligió abril por una razón clara. El nuevo gobierno quería sincronizar el curso escolar con el año fiscal, que también empezaba en primavera. Además, abril simbolizaba renovación, la época del florecimiento del cerezo, que en la cultura japonesa marca un nuevo ciclo vital. Esta asociación simbólica fue tan fuerte que aún hoy define el ritmo de toda la nación.
Los países escandinavos optaron por otro camino. El invierno largo y con poca luz hacía poco eficaz el aprendizaje. Por eso Finlandia, Suecia y Noruega decidieron iniciar el curso en agosto, aprovechando al máximo la claridad del otoño y alargando las vacaciones de invierno.
Alemania ofrece otro modelo interesante. Su estructura federal hace que cada región decida de forma autónoma las fechas de inicio de curso. Lejos de ser un caos, este sistema evita el colapso de transporte en vacaciones y distribuye mejor los flujos turísticos. Además, en Alemania nació una de las tradiciones escolares más entrañables: el Schultüte, grandes conos de colores llenos de regalos para los primerizos.
En el hemisferio sur, el reto fue distinto. En Australia y Nueva Zelanda, los colonos europeos intentaron conservar el calendario tradicional, pero pronto comprendieron su falta de lógica. Cuando en Europa septiembre significa otoño, en Australia es plena primavera. Por eso los niños australianos empiezan el curso en febrero, tras las largas vacaciones de verano, que coinciden con la época más calurosa del año.
La India añade aún más diversidad. En este país enorme y con climas tan variados, no puede existir un calendario único. En las zonas monzónicas, las escuelas abren en junio, después de las lluvias. En las regiones montañosas, en primavera. En las zonas desérticas, las clases se adaptan a las épocas menos calurosas.
Y solo los países de la antigua Unión Soviética crearon un fenómeno realmente único: el Día del Conocimiento como fiesta estatal. El 1 de septiembre de 1984 se convirtió oficialmente no solo en el inicio del curso escolar, sino también en una celebración nacional que unió a millones de personas en un mismo ritual. Los actos solemnes, las flores, los lazos blancos, la primera campana, todo ello formó una tradición emocional que no existe en ningún otro lugar del mundo.
Hoy la globalización va borrando poco a poco estas diferencias. Las escuelas internacionales funcionan con sus propios calendarios, la educación online permite estudiar todo el año, y la movilidad académica obliga a los estudiantes a adaptarse a sistemas diversos. Sin embargo, las tradiciones culturales son más resistentes que las innovaciones tecnológicas.
¿Qué significa esto para nosotros? Que la educación no es solo transmisión de conocimientos, sino también preservación de la identidad cultural. Cada país ha creado su propio ritual de entrada de los niños en el mundo del aprendizaje, y esta diversidad enriquece a toda la comunidad educativa global.
Por eso felicitamos con el Día del Conocimiento a todos, a quienes lo celebran hoy, a quienes lo celebrarán mañana y a quienes ya lo vivieron. Porque el verdadero aprendizaje no conoce límites en el calendario, dura mientras siga viva la curiosidad por el mundo y el deseo de conocerlo.