Después del curso de formación internacional en Praga dentro del proyecto “Our Story” Erasmus+, Max, uno de los participantes del equipo catalán, compartió con nosotros esta reflexión:
Durante muchos años pensé que no tenía mucho que aportar al activismo LGTBIQ+. Pensaba que para hacer verdadero activismo y cambiar las cosas uno tenía que ser extremadamente valiente, tener siempre la respuesta a todas las preguntas, conocer todas las necesidades existentes dentro de nuestra comunidad y, sobre todo, ser un ejemplo de superación y entereza.
Con el tiempo he ido humanizando esa visión. He aprendido que el que más sabe no siempre es el que tiene la respuesta, y que vale más esperar callado que gritar una respuesta escogida al azar. Cierto es que muchos de los atributos que he mencionado antes son válidos en cierta medida, pero el más importante de todos lo aprendí hace dos años mientras leía un artículo para la universidad. El título del artículo en cuestión era: ¿Qué es un contemporáneo?, del filósofo italiano Giorgio Agamben.
En el artículo, Agamben da diversas definiciones de una persona contemporánea, esto es, una persona que entiende su época y que comprende sus problemáticas de una manera íntima y veraz.
La definición que más me llamó la atención es la siguiente:
«Contemporáneo es aquel que tiene la mirada fija en su tiempo, para percibir no la luz sino la oscuridad. Todos los tiempos son, para quien experimenta la contemporaneidad, oscuros. Contemporáneo es, justamente, aquel que sabe ver esta oscuridad y que es capaz de escribir mojando la pluma en las tinieblas del presente».
Contemporáneo es aquel que está atento a las luces y las sombras de su tiempo, es aquel que no aparta la mirada de las dificultades de su época y está dispuesto a combatirlas. Ser contemporáneo es bastante parecido a ser activista de una causa. Un activista también es alguien atento a su tiempo, y la atención que le presta es una atención honesta, guiada por una incansable pretensión de mejora.
Vivir en este mundo no es tarea fácil para muchos de nosotros: hay muchas barreras que saltar, muchos miedos que enfrentar e innumerables moldes que romper.
Al principio de este artículo he mencionado que me costó encontrar mi voz dentro del activismo LGTBIQ+. Por desgracia, esa no ha sido mi única dificultad a lo largo de mi vida. Podría intentar contar en estas páginas toda la soledad, la incertidumbre, la tristeza y la desesperación que he sentido durante los años en los que estuve dentro del armario. Cuando uno pasa tantas horas solo, se olvida fácilmente de que existe un mundo ahí afuera por el que vale la pena luchar.
A falta de ganas de que este artículo se convierta en un amasijo de quejas, déjenme darle la vuelta. Dejen que les cuente lo que supuso para mí encontrar una comunidad en la que, por primera vez, me sentía reconocido. Dejen que les cuente lo que para mí supone formar parte del proyecto Our Story, y lo mucho que he llegado a aprender desde que formo parte de él.
Para mí, la comunidad LGTBIQ+ a la que pertenezco es un soplo de aire fresco, una solución a un largo problema que llevaba arrastrando años. Mucha gente, cuando le cuento que soy un chico trans, asume que ese es mi gran problema, mi cruz en este mundo. Se equivocan por completo. Para mí ha sido, como venía diciendo, una solución: una esperanza de vida que antes se me escapaba día a día sin poder ponerle remedio.
Siento una gran gratitud hacia la comunidad LGTBIQ+, por la gente que he conocido dentro de ella y los vínculos que he formado con los años. En este sentido, mi compromiso para con ella es completo, y una de mis grandes ilusiones es ver cómo mejora su situación a nivel mundial.
Hay pocos programas que se centren en la creación de espacios seguros a nivel internacional. La gran mayoría de nosotros hacemos lo que podemos a nivel local, pero cuesta mucho trascender las barreras del propio país y, sobre todo, las barreras del idioma.
El programa Our Story consigue romper esa barrera y consigue acercarnos a todos por un bien común. Por ello, estoy profundamente agradecido por formar parte de este viaje y por poder trabajar activamente en la creación de un espacio seguro a nivel internacional, que me encantaría haber tenido cuando era más joven.
Cuando uno inicia un proyecto así, hay miedo, incertidumbre, ganas de aprender, pero sobre todo, ilusión. Una ilusión desmedida que te da el valor de subir a un avión y volar a un país que no conoces. Cruzas ese umbral porque sabes que al otro lado hay un espacio seguro y gente que lucha por los mismos intereses que tú.
Es emocionante porque si alguien le dijera a mi yo de quince años que estaría colaborando en esto, posiblemente no me lo creería. Los miedos que he ido acumulando a lo largo de los años y, sobre todo, las barreras que me he ido poniendo, me hacen pensar que no hay nada que pueda hacer realmente bien.
Toda esa percepción negativa cambia en los talleres del programa, donde me dan herramientas para crear, para expresar y contar mi propia historia. Tengo la suerte de asistir a dichos talleres desde el pasado noviembre, y puedo asegurar que ha mejorado muchísimo mi capacidad de expresión y mis herramientas como activista.
Primero en Vilanova y luego en Praga me he ido abriendo y contando partes de mi historia que yo mismo había enterrado. Cierto es que no participo buscando ningún tipo de terapia ni nada por el estilo, pero ver esa sanación propia me hace tener más fe en el futuro y completa confianza en el proyecto.
Estoy convencido de que lo que hacemos ayudará a personas que lo están pasando mal, que se sientan como yo me sentía hace unos años. Para mí, el poder tender la mano de manera virtual o a distancia a gente que lo necesita ya merece totalmente la pena. A través de mis escritos, mis fanzines, mis dibujos o mis collages, creo un relato para que los demás lo vean y, con suerte, se animen a compartir también sus historias.
Hemos pasado largo tiempo creyendo que nuestras historias estaban destinadas a ser un lugar oscuro, triste y lleno de inseguridades. Ver que con el tiempo esas historias se llenan de color y de creatividad es algo que, sin duda, construye y sana.
En un mundo en el que cada día intentan silenciarnos, es imperativo tomar posiciones y tener claro de qué bando estás. El mío, y el de todos los que participamos en el proyecto, es un rol activo en la lucha. Mirar hacia otro lado es ceder a las pretensiones de unos pocos que lo único que quieren es que volvamos a los márgenes.
Our Story es una oportunidad de hacer que nuestra voz cuente, de crear nuevos vínculos, de aprender de las historias de los demás y de enriquecer nuestro propio relato.
Estar en el proyecto es hacerse más y más contemporáneo cada día, y evitar que las tinieblas de nuestro tiempo devuelvan a nuestra comunidad a la soledad y el anonimato.
M. Morón Alguersuari
