Cuando me pidieron que hiciera un escrito sobre mi experiencia en el intercambio juvenil para que otras personas pudieran informarse y saber de qué va el tema me tiré al carro de cabeza. Tenía (y tengo) tantas cosas que contar que me hizo ilusión poder explicárselas a alguien que estuviera dudando en ir a alguno. Ser ese artículo que te haga pensar “venga va, me apunto”. Porque si pudiera le recomendaría a todo el mundo que hiciese un intercambio juvenil al menos una vez en la vida. ¿Y por qué? Porque te da mucho, mucho.
Para mí, hacer un intercambio es como salir temporalmente de tu burbuja de realidad. Te vas una semana con aproximadamente 30 desconocidos a vivir juntos en algún lugar pintoresco de Europa y a aprender a aprender. No me malinterpretéis, aprenderéis sobre el tema del intercambio, pero principalmente aprenderéis muchísimas otras cosas. Aprenderéis que saber el idioma de la otra persona no es lo más importante para comunicarse. Tres personas de mi grupo no sabían ni 4 palabras de inglés, y de alguna manera eso no hizo que fueran menos parte del proyecto, todo lo contrario. A donde no llega la mímica, llegan las traducciones en línea (que si de árabe/amazigh a español y de ahí a inglés…si nos hubierais visto…). A donde siempre llega todo son las ganas. Si hay ganas de comunicarse, uno se comunica. Si hay ganas de escuchar, uno escucha.
Aprenderéis también lo que son las “reflections”, y es que después de cada actividad toca sentarse y hablar de cómo ha ido. Eso quiere decir, qué hemos sacado de la actividad, cómo nos hemos sentido haciéndola, qué nos ha emocionado o frustrado, etc. Y os sorprenderéis cuando os deis cuenta de que es igual o más importante que la actividad en sí. Porque la actividad la vives tú, la reflexión son las experiencias de todos y de ahí, imagínate lo que aprendes.
Aprenderéis lo que es un “espacio seguro”. Porque si algo tienen de bueno estos intercambios además de basarse en educación no formal (léase: menos libros y charlas y más meter las manos en la masa) es este concepto. ¿Qué quiere decir crear un “espacio seguro”? Quiere decir, en pocas palabras, que convivir es mejor que coexistir. Da igual que seas más afín a ese del grupo rumano, o que aquélla del grupo español no sea ‘de tu rollo’. De lo que parte este concepto es que hay que tenerse en cuenta los unos a los otros y que de todos se aprende. Y funciona. La gente te ayuda a acabar la actividad que tenías que preparar aunque aún le quede parte de la suya; te guardan un plato de comida porque tú eres una pájara y te has ido a duchar cuando quedaban 10 minutos para cenar, organizan una clase de baile para que te animes si te has saturado con tanto tute y simplemente te escuchan cuando tienes algo que decir. Las emociones en un intercambio son uno de los pilares del aprendizaje, las tuyas y las de todos, eso es lo que los hace tan guays.
Además, aprenderéis otras mil cosas: palabras en otras lenguas (e insultos, por qué negarlo), historias culturales (por ejemplo, ¿sabíais que el lituano es considerado como una de las lenguas vivas más antiguas del mundo? Sí sí, como lo oís). Pero sobre todas las cosas, aprenderéis de vosotros mismos. ¿Tantas cosas en solo 7 días? Así es. Es más, os diré que os dará la sensación de haber estado semanas ahí y aún así, se os hará corto. Por supuesto, no todos los intercambios son iguales y como muchas cosas en la vida depende siempre de las ganas que le eches.
También he de decir que yo no soy ninguna experta, solo he ido a dos intercambios – en un intervalo de menos de 6 meses (¿mono yo? que va…)–. Pero sí puedo decir que aunque hayan sido distintos los dos, las dinámicas fueron las mismas y que estoy impaciente por hacer un tercero.
Alex – Participante en el intercambio juvenil Race Privilege, el cual forma parte del cicloPrivilege Programme, y que la FCV ha organizado juntamente con The Youth Company