Mi nombre es Xavier Puig, tengo 26 años y hace casi una semana que volví de vivir mi sueño polaco. Utilizo las comillas porque dicen que los sueños son algo que uno siempre ha querido hacer y experimentar, pero no, así no es mi caso. Utilizo la palabra sabiendo que irme nunca había sido mi sueño, pero ha sido algo tan bonito y, como un espejismo, rápido y extraño, como si uno no fuera consciente de todo lo que ha vivido, que no encuentro otra palabra que “sueño”. Así, entre comillas.

Y es que nunca había pensado en marcharme durante un tiempo de mi zona de confort. Ésta siempre había estado en Sabadell, mi ciudad natal, con mis amigos, familia, etc. Como historiador, cuando surgió la oportunidad de vivir cerca de Auschwitz, que me apasiona pero que lo observaba como un destino tan idealizado como lejano, tuve que pensarlo y repensarlo. Pero sí, finalmente sí. El miedo me invadía, pero era el momento de ser valiente y coger la oportunidad que se me daba, y así lo hice; y nunca podría haber elegido mejor.

Recuerdo el día que llegamos Wola, un pequeño pueblo de Silesia – en la parte suroeste de Polonia – habitado por 8.000 personas y otros tantos animales salvajes. También recuerdo mi primer día de trabajo de prácticas en Pszczyna, conocido como la Viena de Silesia por sus calles empedradas y la influencia de la arquitectura germánica en toda la ciudad, preciosa por otra parte. Allí he desarrollado durante 3 meses diferentes tareas, si bien mi tarea principal era controlar el bienestar de las salas que vigilaba. Si bien al principio todo daba algo de vértigo, especialmente con mis compañeros de trabajo, que la gran mayoría no hablaban inglés, enseguida me hicieron sentir a gusto con las situaciones que se presentaban, siempre riendo, siempre aprendiendo. Sin embargo, con un poco de iniciativa y buen hacer con mis compañeros y compañeras, pude llevar a cabo diferentes tareas relacionadas con la Historia, aquello en lo que en realidad soy especialista. También muy relacionadas con el alemán, un idioma que me encanta y que, hoy en día, sigo estudiando y aprendiendo. Y agradezco poder haberlo disfrutado.

Como conclusión, sólo puedo tener buenas palabras hacia la experiencia que más me ha hecho crecer en mi vida, y considero que estas últimas no han sido pocas. Durante tres meses he aprendido a convivir conmigo mismo; a descubrir qué sé vivir solo, y que esto no significaba que lo estuviera, porque vas haciendo amigos y conocidos por todo el pueblo, gente muy especial con la que iría al fin del mundo; que los seres humanos, a pesar de no hablar el mismo idioma, podemos entendernos entre todos, sólo necesitamos un poco de voluntad y de ganas, y que el conocimiento vendrá después. Siempre viene después.

En definitiva, he aprendido que encontré mi sueño en el lugar que menos esperaba.