No sabía casi nada sobre los croatas una semana antes de volar hacia allí por primera vez. De hecho, tampoco sabía que estaba a un par de días de realizar el viaje. Reconozco, sin embargo, que ser voluntario sí era algo que había rondado mi cabeza en los últimos años: Suecia, Noruega, no, no, no, ¡qué frío!, Italia, tampoco, Grecia, ¿quizás?…

Los años pasan con atropello y se acumulan las ideas y los proyectos, las oportunidades y las decisiones. Me reconforta saber que no puedo hacer todo lo que querría y que todo lo que querría es más de lo que seguramente podría aguantar antes de pensar en mi cama con cierta añoranza. El caso es que a veces, ya sea por insistencia o por azar, algunos de estos planes cobran vida y se materializan en forma de experiencias.

Podría decir, con un poco de rubor, que ese fue el caso del viaje a Sumartin. El escenario era el siguiente: me sobraba el tiempo y quería viajar, tenía –y tengo– poco dinero, y la palabra voluntario saludó. La serie se consumó con un post que Mohamed había publicado en Facebook. Unas llamadas más tarde mi amigo Pablo me había confirmado su disposición a venir conmigo. –La burocracia me la voy a ahorrar–.

En Sumartin, Isla Brač, convivimos con otros 14 voluntarios durante 14 días. Trabajamos, descansamos y bebimos. No voy a incidir en lo que es evidente: nos lo pasamos muy bien. ¿Después del viaje? Un tiroteo de correos por parte de los responsables del proyecto. Que si me sentía más europeo tras la experiencia. No lo sé, porque nunca me he sentido muy de nada, pero sí que me alegro de haber estado allí. No solo para confirmar que las sábanas familiares pueden ganar mucho valor en muy poco tiempo, sino también porque cuando ahora me pregunten sobre los croatas, podré responder con algo de satisfacción: –Sí, sé un poco.

Las fotografías a continuación las tomé durante las dos semanas en Sumartin.

 

 

 

 

 

Fernando Mateos