En 2018, justo antes de terminar mi grado en psicología empecé a plantearme cuál sería mi próximo paso. La idea de cursar un máster se dibujaba vagamente en mi futuro, pero el hecho de seguir estudiando otro año más no era muy atrayente, quería tomarme un tiempo de descanso. Un día hablando con una compañera se me presentó la idea de realizar un voluntariado, una opción que desconocía completamente, y nada más saberlo, supe que eso era lo que quería hacer el próximo año.

Después de varios momentos difíciles y de incertidumbre, al final me seleccionaron para realizar mi voluntariado en Bolonia, Italia.

El proyecto que seleccioné tenía relación con mis estudios, la psicología. Estaría de voluntaria en un centro con personas con trastornos mentales y discapacidad, una buena oportunidad para poner en práctica todo lo que había aprendido durante mis cuatro años de estudio intensivo.

Uno de los primeros días tuve el placer de visitar dos de los centros de la cooperativa Casa Santa Chiara, Montechiaro y Colunga. El primero de ellos estaba cerca de las montañas, era una gran casa con muchas habitaciones y una pequeña parcela donde se encontraban conejos, gallinas y cabras, un sitio encantador en medio de las montañas. Este centro se dedicaba a la producción de miel, velas y salamoia. En cambio, Colunga, se encontraba a las afueras de Bolonia. Este centro era una gran casa con dos pisos, cada piso funcionaba de manera independiente con sus propios usuarios. Este centro se dedicaba a la producción de vino y figuras de yeso y madera con motivos religiosos. Mi centro de trabajo sería este último, Colunga.

Un día normal de trabajo empieza a las ocho de la mañana, con coche vamos recogiendo a los usuarios, ya sea en sus casas o en sus residencias, y nos dirigimos a las afueras de la ciudad, a Colunga. La jornada empieza con un café, siguiendo la tradición italiana. Sobre las diez empezamos a trabajar o hacer diferentes actividades, dependiendo del día. A las once se realiza una pequeña pausa para el segundo desayuno para luego continuar con las actividades, hasta llegar a la una, cuando tiene lugar la comida. Después de eso es tiempo para descansar, hasta las tres y media, que es cuando la jornada finaliza.

Entre las actividades que realizamos a lo largo de la semana se encuentran pequeñas labores; de cocina, como ya sea hacer mermelada o hornear algunas tartas, ir al supermercado a por provisiones, poner la mesa y recogerla, clases de baile o ir a visitar parroquias. Pero la labor más importante que se realiza es la creación de iconas, es decir, pequeñas tablas de madera o figuras de yeso con motivos religiosos, las cuales más tarde son vendidas a pequeñas parroquias para contribuir al mantenimiento de la institución. Los usuarios del centro son los encargados de pintar, cortar, moldear y encerar estas iconas.

Los primeros días fueron un poco confusos, pero a medida que fueron pasando las semanas me di cuenta de que los días estaban marcados por el mismo patrón, porque la creación de unos hábitos es muy importante para las personas con trastornos mentales. La confusión con el italiano fue disminuyendo, la conexión con los usuarios fue incrementando y cada día estoy más feliz en el centro, ya que me tratan muy bien y se preocupan mucho por mí.

Pero en un voluntariado no todo es trabajo, también hay tiempo libre, para viajar, para salir, pero sobre todo para descansar.

La mayor parte del tiempo libre transcurre en Barbieri, el piso que comparto con tres chicas más. Solemos pasar mucho tiempo juntas, ya sea viendo Netflix, dibujando, comiendo o saliendo a dar un paseo.

A parte de mis compañeras de piso he tenido el placer de conocer a otros voluntarios de otras partes de Italia, siendo esto muy importante ya que te permite viajar a otras partes de forma más económica. De este modo he visitado otros pueblos como son Mantova, Roma, Génova y Putignano.

Sin duda hacer un voluntariado es una experiencia que no se debería dejar perder y en la cual estoy viviendo uno de los mejores años de mi vida.