Considero que hay muy pocas cosas, contadas, que igualen el sentimiento de pertenecer a una comunidad. La vida otorga múltiples placeres y aflicciones, pero cuando se trata de esa sensación que nace en el pecho y se extiende, arriba y abajo, por la boca del estómago y hacia la garganta, esa sensación de paz y plenitud enmarcadas en el margen de un río tan bello como poderoso, esa sensación de estar rodeada de cuerpos que te abrazan y te respetan… Ese calor es lo que le deseo a toda criatura viviente. Porque si todos pudiésemos experimentarlo alguna vez, el mundo sería otra cosa totalmente distinta.
Estaba a punto de hacer las maletas para llevarme mi casa de Barcelona a cuestas, de vuelta a Portonovo (Pontevedra). Acostumbrada a ser un caracol, siempre con lo imprescindible en la mochila, y una nómada involuntaria, en busca de trabajo inexistente, para mi suponía un paso más en la ruta, pero también un aterrizaje forzoso en el desapego. Una vez más me veía obligada a decir adiós a mis amigos y vínculos y a los paisajes urbanos de una de las ciudades que me hizo crecer tan rápido en dos años como la revolución digital al siglo XXI. El billete de avión estaba dispuesto a golpe de clic cuando Elena me llamó de la fundación. “¿Quieres irte al norte de Portugal tres meses a hacer prácticas de lo tuyo con un grupo chulísimo, todo financiado?”. “¿Dónde está la cámara oculta?”, le respondí con urgencia.
“La vida es sueño”. Ese fue mi primer pensamiento cuando se abrieron las puertas de la furgoneta que nos plantó enfrente de la Casa de Juventude de Amarante. Al asomarnos al río y ver el reflejo del puente, las estrellas pintadas en un cielo abierto y acogedor, pareciese que todo nos estuviese dando la bienvenida en silencio. Y después llegaron la lasaña de la chef Ondina; los pasteis de nata de la confitería El Muiño; los cafés de sobremesa en el patio de la Magnolia, donde se disputaban la guerra caliente del futbolín y la guerra fría del ajedrez; las excursiones a O Porto; los paseos socráticos por el río; las carreras hasta el Parque Florestal en busca de sombra y sosiego; los baños y los saltos adrenalínicos en Praia Aurora, las noches de Dixit y Superbock; las fiestas y los bailes en la Aldeia y las maravillosas e interminables confidencias en el fondo sur del bungalow.
Amarante ha sido como un abrazo extendido en el tiempo. Ha sido como asistir a un espectáculo que se sabía finito, pero que se deseaba eterno. Por la belleza de la naturaleza, las calles y los animales. Pero sobre todo por la gente, por todas las personas que han convergido en esa increíble intersección que es la Casa de Juventude para enseñarnos que la vida está llena de posibilidades, llena de diversión y de ingenio. Y que apostar por los jóvenes para construir un futuro más luminoso siempre será un acierto.
Solo puedo dar las gracias por haber podido embarcarme en esta aventura, que me ha permitido formar parte de una comunidad preciosa, llena de cuidados y de significado.
Gracias a Amarante, mi corazón se ha vuelto pájaro.
Laura Cortés Outon – Participant TLN MOBILICAT 2022