Participar en el intercambio juvenil “ANTYGONE on Tour Again”, que ha tenido lugar en Atenas (Grecia), ha sido una experiencia que muy difícilmente olvidaremos. Tal como su nombre indica, el proyecto giraba en torno a la obra de teatro de Antígona, de Sófocles, una tragedia griega que, como todas, trata argumentos universales que son fácilmente extrapolables a los problemas de la Europa contemporánea.

El grupo de catalanes ha sido, probablemente, el más heterogéneo -y, quizás, extravagante- de todos. Éramos dos chicas, Julia y Rebeca, y tres chicos, Pol, Eric y David. Seguramente dignos de ser los protagonistas de un reality-show de lo más alocado e histriónico.

Los primeros cinco días del intercambio nos alojamos en un campamento en medio de la nada. Esto facilitó que nos centráramos en conocer el resto de participantes, que superaban la cuarentena, y venían de otros nueve países diferentes: Italia, Portugal, Francia, Austria, Rumania, Eslovaquia, Noruega, Hungría y la anfitriona Grecia. La proximidad con la playa y las altas temperaturas durante el día nos permitieron zambullirnos en el mar, que nos quedaba a poco más de unos diez minutos andando.

En este entorno, nos familiarizamos con Antígona y su antagonista, Creonte, al tiempo que practicábamos técnicas teatrales y de expresión corporal. Cada país debía representar una parte del diálogo de la obra en su idioma, mientras el resto de participantes hacían de coro. En nuestro caso, Rebeca hizo de Creonte y Julia, de Antígona.

Una de las experiencias más divertidas de estas primeras jornadas fue la tarde intercultural, que fue tan intensa que se prolongó hasta la madrugada.

El quinto día nos trasladamos hacia el centro de Atenas, no sin antes visitar el espectacular teatro de Epidauro y la bonita ciudad de Nauplia. El sexto y buena parte del séptimo día los dedicamos a ensayar el montaje final de Antígona, ya que teníamos que representarlo en público en un parque de la ciudad.

Fueron días duros; los ensayos se alargaron desde la mañana hasta la noche y las temperaturas eran muy elevadas. Pero valió la pena, ya que recibimos numerosas felicitaciones después de la representación.

Los catalanes -y algunos de los otros participantes- nos quedamos un día extra en la ciudad, que nos sirvió para terminar de disfrutar de la belleza de Atenas.

El décimo día fue el del retorno. Agotados pero satisfechos y con una mezcla de emociones en el corazón nos despedimos en el aeropuerto para reencontrarnos con nuestras vidas cotidianas sin olvidar las enseñanzas que el duelo entre Creonte y Antígona nos había proporcionado.